El cine latinoamericano sigue encontrando nuevas formas de desafiar los límites de la narrativa y la sensibilidad visual. En ese horizonte, Hiedra, el tercer largometraje de la directora ecuatoriana Ana Cristina Barragán, se erige como un acontecimiento cultural: una obra que no solo ha conquistado el Premio Orizzonti al Mejor Guion en la 82ª edición del Festival Internacional de Cine de Venecia, sino que también marca un hito histórico al convertir a Barragán en la primera cineasta ecuatoriana en recibir dicho reconocimiento.
Más allá del galardón, Hiedra es el testimonio de una voz que se atreve a explorar lo íntimo, lo ambiguo y lo indómito en el ser humano. Es cine de riesgo, pero también de profunda ternura.
Un recorrido internacional: de Venecia a San Sebastián y Morelia
Tras su estreno mundial en Venecia, donde fue aplaudida por la crítica y celebrada por el jurado presidido por Julia Ducournau, Hiedra emprendió un recorrido que la sitúa en el corazón de los festivales más importantes del cine de autor. El Festival Internacional de Cine de San Sebastián la recibió dentro de la sección Horizontes Latinos, un espacio consagrado para las voces más sólidas de la región.
Ahora, el filme se prepara para su estreno nacional en México en el marco del Festival Internacional de Cine de Morelia (FICM 2025), donde será proyectado como Gala Nacional en el Teatro Matamoros, símbolo de la tradición cultural michoacana. De esta forma, Hiedra conecta a Ecuador, España, Francia y México en una travesía que refleja la potencia de la coproducción latinoamericana contemporánea.
La poética de lo ambiguo
En palabras de Barragán, su cine busca “la fuerza de lo ambiguo, lo que se mueve por debajo de la historia”. Esa pulsión recorre la trama de Hiedra: Azucena, una mujer de 30 años marcada por un trauma adolescente, encuentra un vínculo inesperado con Julio, un joven de 17 años que ha vivido en orfandad. Lo que surge entre ambos no se define en categorías convencionales, sino que se despliega en la fragilidad, el instinto y la ternura.
El viaje hacia un volcán en Quito no es solo un desplazamiento físico, sino una metáfora de la erupción interna de emociones y memorias. La película, filmada en paisajes que evocan tanto lo telúrico como lo íntimo, propone un cine que se narra desde los cuerpos, desde los gestos mínimos que revelan cicatrices profundas.

Un trabajo colectivo que trasciende fronteras
Hiedra es también un ejemplo del poder de la colaboración internacional. Producida por Botón Films (Ecuador), BHD Films (México), Guspira Films (España) y Ciné-Sud Promotion (Francia), la película reunió a un equipo de creadores que trabajaron desde la convicción estética: la fotografía de Adrian Durazo, el montaje colectivo liderado por Barragán, la música de Claudia Baulies y un diseño sonoro a cargo de Gisela Maestre Plaza.

El elenco encabezado por Simone Bucio y Francis Eddú Llumiquinga aporta la tensión entre vulnerabilidad e instinto que sostiene la narrativa. Y detrás del proyecto, la participación de la actriz mexicana Karla Souza como productora ejecutiva subraya la importancia de tender puentes entre la industria mexicana y las nuevas voces latinoamericanas.

Ana Cristina Barragán: la voz poética de Latinoamérica que florece con Hiedra