GUANAJUATO.- En 'Eddington', Ari Aster ha decidido colgar el sombrero de 'Hereditary' y 'Midsommar' para ponerse uno vaquero… aunque el suyo viene decorado con apps, hashtags y la paranoia digital de 2020. En esta fábula desbordada —estrenada en Cannes y que algunos ya llaman “el antiwestern”— los duelos no se resuelven al amanecer, sino en redes sociales. El sheriff (Joaquin Phoenix) no defiende la ley con un Colt, sino con un iPhone. Y la frontera que importa no es la geográfica, sino la ideológica.
En esta ciudad ficticia del suroeste, Aster coloca en primer plano a quienes históricamente han sido relegados en Estados Unidos: nativos, afrodescendientes, latinos. Sus historias se cruzan en un paisaje social marcado por el racismo estructural y una crisis de valores que no dista mucho del clima político que Donald Trump dejó —y sigue dejando— en la agenda nacional. Sin sermonear, la película habla de la violencia como marca de identidad y de un cuerpo policial que, en lugar de proteger, se ha cobrado cientos de vidas civiles y cuyo abuso de poder sigue documentándose a diario.
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Actores en estado de gracia… y de furia
El sheriff Joe Cross, interpretado por un Joaquin Phoenix en estado de gracia, es un rebelde que critica todos los excesos… excepto los suyos. Se niega a usar cubrebocas, desprecia la corrección política y vive atrapado en su propio laberinto paranoico. Phoenix, con su mezcla habitual de fragilidad y amenaza, logra un personaje tan incómodo como magnético, que encarna el escepticismo y la desconfianza generalizados.
La película es feroz y no se guarda golpes: reparte puñetazos narrativos a derecha e izquierda, y en el camino olvida que en la sátira también cabe la compasión. 'Eddington' parece mirar a todos sus personajes con el mismo gesto que uno dedica a un insecto que va a ser aplastado. El resultado es brillante en momentos, pero también agotador: el espectador, atrapado entre tanta ironía y cinismo, puede salir con la sensación de que le han negado cualquier asidero emocional.
Aster aborda de frente el movimiento Black Lives Matter y el privilegio blanco, mientras filtra todo a través de un humor negro que no perdona a nadie. La trama es inquietante no sólo por lo que muestra, sino por lo que insinúa: Estados Unidos como una colección de metáforas sobre sí mismo, incapaz de cerrar sus heridas raciales y políticas. La crítica social convive con una puesta en escena de western crepuscular —cortesía de la impecable fotografía de Darius Khondji— que sustituye el revólver por la luz fría de una pantalla.
En poco más de dos horas, Aster quiere hablar de la pandemia, el racismo sistémico, la radicalización política, la banalidad de las redes, la soledad contemporánea y, por si fuera poco, reinventar el western. Lo logra a ratos, pero a costa de una narrativa fragmentada que nunca encuentra un tono estable. Cuando todo es importante, nada termina siéndolo.
Quizá por eso, más que un western, Eddington es un diagnóstico incómodo de un país en ruinas emocionales. Es cine que incomoda y deslumbra a la vez, que incomoda porque nos obliga a ver de cerca las grietas y que deslumbra porque Aster, fiel a su estilo, no se guarda nada. En México, su llegada a salas ya es esperada con la curiosidad de quien sabe que no saldrá indiferente.
Eddington: El western sin revólver, con smartphone y la herida abierta de América