La más reciente cinta del director mexicano Eduardo Esquivel, La eterna adolescente, ganadora del Premio Estímulo Churubusco UNAM en la 15ª edición de FICUNAM, se presenta como una meditación sombría, íntima y profundamente humana sobre las heridas familiares, el peso de los recuerdos y la imposibilidad o urgencia de reconciliarse con el pasado.
Ubicada en una Guadalajara inusualmente fría, La eterna adolescente sitúa su narrativa en la víspera de una Navidad que, más que festiva, se siente suspendida en el tiempo. El detonante de la historia es la melancolía extrema de Gema, una madre interpretada con conmovedora fragilidad por Magdalena Caraballo, cuya hospitalización precipita el regreso de sus tres hijos a la casa familiar. Este punto de reunión, lejos de ser un refugio, es un museo de ausencias, donde los silencios pesan tanto como los objetos olvidados.
Es en el “archivo familiar empolvado” donde comienza la verdadera excavación: fotos, cartas, recuerdos que no son solo materiales, sino detonantes emocionales. La película evita construir grandes escenas dramáticas o reconciliaciones forzadas; por el contrario, apuesta por una narrativa contenida, introspectiva, donde el pasado regresa más como eco que como revelación.
El drama como espacio de reconstrucción
Con guion coescrito por Sofía Gómez Córdova y Omar Robles Cano, La eterna adolescente se resiste a las fórmulas del melodrama. Aquí no hay culpables evidentes ni catarsis completas, sino la exposición lenta del desgaste emocional de una familia que ha dejado de hablarse, de tocarse, de entenderse. La película construye su tensión en los detalles: miradas cruzadas, pausas largas que parecen laberintos interiores.
El título sugiere una contradicción inquietante: ¿a quién se refiere esa "eterna adolescente"? ¿A Gema, anclada en un dolor que parece no envejecer? ¿A los hijos, aún incapaces de superar traumas no resueltos? Esquivel no ofrece respuestas claras, pero sí plantea la adolescencia como una metáfora emocional: un estado de limbo entre el dolor y la transformación.
El trabajo del fotógrafo Bruno Santamaría Razo es fundamental para lograr el tono melancólico de la cinta. La paleta fría, los encuadres cerrados y la iluminación tenue convierten la casa familiar en un espacio casi fantasmal, donde los personajes parecen más visitantes que habitantes. Cada plano está cargado de un peso emocional que nunca se subraya en exceso, sino que se insinúa con elegancia.
Un cine de contención
La eterna adolescente no busca gustar ni complacer. Su fortaleza está precisamente en la contención emocional y estética, en su negativa a caer en el dramatismo fácil. Esta es una película para quienes valoran el cine como una herramienta de exploración psicológica y emocional, más que como entretenimiento.
Con un elenco sobrio y preciso en particular destacan Yosi Lugo y Ruth Ramos en papeles de gran madurez emocional, la cinta de Esquivel confirma el potencial del cine independiente mexicano para abordar lo íntimo sin caer en el lugar común. La familia, en este relato, no es un núcleo idealizado sino una herida colectiva que solo puede comenzar a sanar desde la incomodidad.
La eterna adolescente es una obra necesaria
En un panorama donde las películas sobre reencuentros familiares tienden al sentimentalismo, La eterna adolescente se planta con una propuesta honesta, madura y necesaria. No pretende cerrar ciclos, sino abrir preguntas sobre cómo habitamos el pasado y qué estamos dispuestos a recuperar de él.
Eduardo Esquivel entrega una cinta silenciosa, pero poderosa, que confirma su voz como una de las más sensibles del nuevo cine mexicano. Una obra que incomoda, conmueve y, sobre todo, permanece.
'La eterna adolescente': Un drama familiar que hurga en la memoria y el dolor sin sentimentalismos fáciles