Hay sagas que se desinflan con la edad. Como estrellas adolescentes, brillan rápido y se consumen en su propia inercia. Pero 'Misión: Imposible', contra todo pronóstico, no solo ha sobrevivido al paso del tiempo: lo ha desafiado, lo ha corrido por la azotea de un rascacielos, lo ha arrojado de un avión y lo ha hecho explotar antes de caer. ¿Cómo explicar entonces que una franquicia iniciada en 1996, basada en una serie televisiva de los años sesenta, siga viva, relevante y —como su protagonista— sin una sola gota de sudor fuera de lugar?
La respuesta no es sencilla, pero podemos empezar por una verdad incómoda: Ethan Hunt, el personaje, no envejece, porque Tom Cruise no se lo permite. Cruise ha convertido *Misión: Imposible* en su templo personal de sacrificio cinemático. Cada entrega es una suerte de misa fílmica donde el actor se flagela con hazañas imposibles —literalmente— para convencernos de que el riesgo es real, de que el cine todavía puede hacernos sudar las palmas. No se trata solo de efectos especiales; se trata de un hombre, ya en sus sesenta, aferrado al helicóptero de su legado.
Pero no todo es músculo y voluntad. La clave está también en la arquitectura narrativa que ha logrado construir la saga desde que Christopher McQuarrie asumió el timón. A diferencia de otras franquicias de acción que se recargan en el efectismo vacío o en la nostalgia mal digerida, *Misión: Imposible* ha sabido reinventarse con cada entrega sin traicionar su núcleo: espionaje de alto voltaje, traiciones cruzadas, tecnología a punto de volverse absurda pero que se justifica por el ritmo, y un Ethan Hunt más símbolo que personaje.
Ahí radica otra parte de su hechizo: Ethan no es James Bond. No bebe martinis ni seduce con cinismo. Él sufre, carga con la culpa, salva al equipo antes que al mundo, y nunca —nunca— abandona a nadie. En tiempos donde los antihéroes dominan, *Misión: Imposible* ha apostado por un idealismo a prueba de drones asesinos. El espectador, quizás sin saberlo, lo agradece.
Y, claro, está el equipo. Ving Rhames y Simon Pegg no son simples acompañantes cómicos; son el corazón y el alma de la IMF, la familia que permite que la épica funcione. Rebecca Ferguson, en su breve pero intensa participación como Ilsa Faust, añadió capas de complejidad emocional que pocas franquicias se atreven a explorar.
Entonces, ¿qué nos espera en la octava entrega, que es la segunda parte de 'Sentencia Mortal' y que ha sido aplazada más veces de las que Ethan ha cambiado de máscara?
Nos espera, si la promesa se cumple, una conclusión que no será final, sino cumbre. Una odisea que llevará a Hunt al límite no solo físico, sino moral. La octava entrega podría cerrar el ciclo con una pregunta que ha estado ahí desde el inicio: ¿qué tan lejos puede llegar un hombre para salvar a los demás sin perderse a sí mismo?
La respuesta, quizás, no la sabremos hasta que veamos a Tom Cruise, una vez más, colgado de un hilo… literal y metafóricamente. Porque mientras él siga corriendo, la misión nunca dejará de ser posible.
Misión Imposible: El secreto del éxito de una franquicia incansable