ALAN HERNÁNDEZ
El terror es uno de los géneros que se ha representado en el cine desde sus inicios y Nosferatu es una cinta que sirve para demostrar la tesis, pues salió en 1922 dirigida por Marnau como cinta muda y regresó a más de 100 años para mostrar su inmortalidad en un cine que está de sobra avanzado.
Pero no volvió de la mano de cualquiera, lo hizo de la de Robert Eggers, un director que ha demostrado ser la nueva sangre del horror con cintas como La Bruja y El Faro.
El filme llega en un momento que es hasta necesario, cuando la cultura del vampiro ha tenido mil y una reinterpretaciones que han hecho que el monstruo cambie desde sus origenes hasta su aspecto e integrando.
Aquí se muestra a un Conde Orlok como una bestia: enorme, deformado sin perder sus rasgos antropomórficos y que cuenta con un bigote que se apega al Drácula del libro de Bram Stoker, pues cabe destacar que de ahí salió originalmente la historia de Nosferatu, de una adaptación libre al no contar con derechos.
Eggers ha mostrado ser un artesano a la hora de hacer cine y está cuidado hasta el más mínimo detalle en la cuestión visual, un maquillaje, peinado y vestuario tan excelentes que solo podrían lucir con un diseño de producción aún mejor y que decir de la fotografía y los efectos prácticos que vuelven a la cinta un deleite para el ojo.
Posteriormente está el punto de inflexión más grande de la película que ha dividido más opiniones que el bigote y es el guión, pues no agrega nada nuevo y es casi imposible hacer un spoiler porque simplemente no hay nada que no se haya contado ya; desde hace más de un centenario se sabe como empieza y como termina y es que Eggers no buscó reinventarlo, solamente lo reinterpretó con recursos actuales y algunos detalles en el guión para justificar el tiempo extra en pantalla.
El cineasta también hizo justicia a la personalidad de Albin Grau, productor de la original, quien se encargó de la producción de ese tiempo y la llenó de simbolos de ocultismo, tal y como se puede apreciar en este filme y es que este personaje no solo era un dedicado al cine, sino también era un ocultista miembro de la orden Fraternitas Saturni y aquí se nota este estudio tan minucioso de la obra original y reafirma que el vampirismo no solo es una maldición a partir de una mordedura, sino que va más allá, es un pacto, es la inmortalidad.
En general la película vale mucho la pena y se alza como toda un experiencia de cine que merece ser vista en el cine y un gran extra que deja esta versión es que nos hace valorar la original del expresionismo alemán, la que con tan pocos elementos técnicos pero mucha inteligencia supo hacer un filme magistral y espeluznante.
Nosferatu y el terror de Eggers